Aquel día, 25 de Octubre de 1925, amaneció gris y lluvioso en La Peña. Virgilio salíó de su turno de noche en la empresa Barbier Hermanos donde trabajaba de guarda jurado y se acercó a su casa. Estaba muy cerca, en el mismo edificio de la Alhóndiga municipal, regentada por su padre Deogracias. Éste, desde la puerta, le felicitó: por fin ha nacido. Era el tercer hijo de Virgilio, el segundo varón.
Al día siguiente decidió realizar la inscripción del recién nacido. Le llamaremos Juan, como tu tío (Juan Antonio), le había dicho Pantxike su mujer. En el recorrido hasta el registro se encontró con su amigo Tomás. Hablaron de toros y boxeo, dos de sus aficiones. En la conversación salió el nombre de uno de los boxeadores del momento, el alemán Hermann Spaia. Fue entonces cuando Virgilio tuvo una de esas ocurrencias que le caracterizarían a lo largo de su vida. Sabes lo que te digo..., voy a ponerle Herminio. Seguro que es la forma de decir Hermann en castellano.
Y así fue porque así nos lo contaron. Pero...¿existió realmente Hermann Spaia?